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Presentación de La fotografía. Historia de un soldado a cargo de Juan José Pons Bordes

Actualizado: 13 dic 2019


Buenas tardes,

En primer lugar quiero agradecer a la autora, Ana Larraz Galé, el que haya pensado en mi para presentar su novela, y a Vdes. su asistencia al acto.

También quiero agradecer al Ayuntamiento de Santa Brígida el que nos haya cedido este local, la Biblioteca Municipal, pues no se me ocurre mejor lugar para que un libro sea presentado, digamos, “en sociedad”.

Cuando Ana me hizo el encargo este verano y me contó de qué iba su novela, una novela cuyo génesis estaba en las cartas que su abuelo le escribió a su mujer desde el frente en la Guerra Civil, mi mente empezó a pensar en cómo demonios me las iba a arreglar… pero, por suerte, a los pocos días me pudo dejar un ejemplar que empecé a leer, como suelo hacer, en fin de semana, tirado en el suelo, y con buena música.

Y cuál no sería mi sorpresa cuando lo primero que veo es un prólogo-presentación magnífico y muy bien documentado firmado por Ángel David Martín Rubio. Un cura historiador, según me comentó después Ana, especializado en las batallas que se dieron en la Guerra Civil y por esos lugares, con lo que me dije que poco podría yo aportar que mejorara lo que estaba leyendo.

Confieso que, a mitad de esa presentación, paré de leerla porque estaba teniendo la sensación de que me adelantaba demasiado de los hechos de la novela, casi diría que sentía que me contaba el final, pero mi desconcierto fue mayor cuando, al saltármelo y pasar al primer renglón de la novela en sí, me encontré de frente con un ejemplo de esa máxima con la que una buena novela tiene que enganchar al lector: creo que fue Gabriel García Márquez el que dijo que en la primera frase de una novela debe uno encontrar gran parte del espíritu que embarga a todo el texto, y coincidirán conmigo en que un comienzo como el suyo en “Cien años de soledad” constituye un ejemplo perfecto.

Tengo que decir pues, que la primera frase de la novela de Ana contiene esa fuerza, ese carácter y contenido que nos permiten entender las razones de quien las pronuncia y que me hicieron comprender que el prólogo de Ángel David no desvelaba más, ni siquiera parte, de lo que es la novela en sí. Dice esa primera frase de la novela de Ana:

“¡He dicho que no! A ti no se te ha perdido nada con esa gente. ¡No vas a ir y punto!”

Y no olvidemos que esta es una novela basada en hechos reales ocurridos en la Guerra Civil y la negativa la recibe una niña, de su abuela, a principios de los 70, cuando ya han pasado más de cuarenta años de los hechos relatados en la novela.

No es mi intención desvelarles la trama, pero es evidente que esa frase que le dijo su abuela a Ana nos introduce de lleno en una novela donde la guerra, la real, la que vive un soldado de a pie y la que sufre su familia se convierte en un guión que trasciende en el tiempo a la propia guerra y marca, como no podía ser de otra manera, toda una vida.

“ Y el soldado, abrazando a su esposa se bajó del tren, para que su mujer no viera como las lágrimas asomaban a sus ojos; tenía miedo de que esa fuera la última vez que las viera”

Se basa en hechos reales, con un respeto inmenso por la realidad transcrita en sus cartas: se mueve al ritmo pausado, monótono y desquiciante de la vida en el frente que se creó en Aragón, más concretamente en el pueblo de Quinto, a los pocos días de producirse la Sublevación, o el Alzamiento Militar, llámese cómo más le satisfaga, o menos le duela, a cada cual; y que se mueve también en la vida detenida en el pueblo de Tauste, detenida por el miedo y la angustia que sufren los que se quedan, pensando en los hombres que se han visto obligados a abandonar sus trabajos y sus familias.

La novela se mueve también a un ritmo frenético cuando los hechos empiezan a sucederse de forma atropellada; todo ello relatado sin olvidar trasladarnos a la misma vez cuán conscientes son los actores de la trama de la trascendencia de lo que está aconteciendo, por las terribles consecuencias que va a tener para su futuro en particular, y para la sociedad en general.

“Eso no importa, nuestra vida es lo de menos. Tenemos una obligación mucho más grande. Hay que entretenerlos aquí el mayor tiempo posible… No te olvides Galé, que somos la defensa de la capital.”

Logra la autora transmitir al lector el súbito e insufrible miedo que el avance enemigo provoca sobre la tropa que, recordemos, no dejan de ser personas por el hecho de hacerse soldados; miedo que, en la mayor parte de los casos, se traduce en valor y, en otros, en sentimientos encontrados de responsabilidad y cobardía.

“Y sin decir nada sacó su armónica… quería aparentar que era un día como los demás… la música consiguió serenar su espíritu y hacer que pareciese que aquella era una noche normal”

El ritmo frenético al que nos lleva la batalla no nos deja ya descansar, y nos sumerge en un torbellino de situaciones donde las más nobles y las más viles de las cualidades humanas salen a relucir.

El estilo moderno y cercano que emplea Ana respeta en su enfoque, y sobre todo en la jerga, una perfecta ambientación de los hechos situándonos en el bando de los que protagonizan la acción. Sabemos exactamente donde estamos por los sentimientos que expresan sus protagonistas sobre la situación que les toca vivir: estamos en el frente nacional, como ellos mismo se llamaban y, por ende, el lenguaje empleado para definir a la otra parte contendiente suena con el desprecio con el que, en tiempos de guerra, es de esperar que se trate al enemigo (sería de un “buenismo” iluso el creer que esto ya no ocurrirá así en caso de una contienda en la actualidad).

La novela usa como hilo conductor las cartas, las 142 cartas que la mujer del soldado recibió en el corto período de un año. Resulta interesante resaltar que son estas cartas las que sirvieron como primera documentación a Ana para ir, poco a poco, tejiendo sus escritos, los cuales fueron posteriormente apoyados y documentados por los informes obrantes en los Archivos militares hasta llevarla a realizar una investigación detallada y apasionante de los hechos que sucedieron tras la llegada de la última carta.

La autora, con este libro nos enseña algo básico, pero muchas veces olvidado, o peor, ignorado: y es que la Historia con mayúsculas no es la historia real, la que afecta a la gente; es que esta historia real se escribe con minúsculas porque se mueve y desarrolla al nivel de las personas, sus actos y sentimientos, y éstos, rara vez, se escriben con mayúsculas.

Sólo admirar su comportamiento, desde la cercanía con la que Ana nos traslada las vivencias de su abuelo, nos permite engrandecer esta historia mínina que, entendida y enmarcada en una realidad no querida ni buscada, cruel, violenta y dolorosa, al agruparse con otras historias personales, pasa ser parte de lo que, en su conjunto, llamamos Historia con mayúsculas.

Casi podría resumirlo en unas frases que he extraído de una parte en la que la autora nos cuenta su experiencia al leer las cartas y nos dice “Allí se describía el día a día de un hombre normal, preocupado por su familia, su trabajo y sus amigos. Un padre primerizo, que no paraba de hablar de su niña que tenía tres meses cuando él se va a la guerra y a la que ve crecer, gracias a los viajes que mi abuela cargada con su hija hace al frente. Es un soldado que obedece a sus jefes… …Un hombre normal y corriente, sin grandes odios ni pasiones, cuya mayor preocupación era el bienestar de su familia.”

Ana concluye de las cartas de su abuelo que “la guerra fue una cosa decidida por unos y ejecutada por otros a los que nadie preguntó su opinión”. No les leo más de esta parte, epílogo de la novela, porque es un documento de una gran riqueza de pensamientos y reflexiones que la autora hace al albur de las cartas y los datos que su concienzuda investigación en los Archivos le fueron revelando.

Nos hace vivir también, con un tremendo realismo, que la guerra desata las más bajas pasiones y, entre ellas destaca sobre otras, la venganza, aplicada por desgracia en aquella guerra por ambas partes con tal saña, que a día de hoy, la mera mención de la Guerra Civil, produce encogimiento de estómago entre muchos que sólo la conocemos de referencias indirectas: relatos de familiares o la versión más o menos parcial que en los libros nos hayan hecho aprender.

Es por ello que quiero concluir con una reflexión final, que este libro escrito por Ana Larraz Galé, ha suscitado en mi y que quiero compartir con Vdes., aún sabiendo que no han podido todavía, disfrutar de la lectura de la novela.

Mi reflexión se centra en el escaso o nulo, sería mejor decir, derecho que tenemos los que no hemos vivido y sufrido los estragos de una guerra para pedir, y mucho menos exigir, perdón y olvido a aquellos cuya vida fue rota de forma irremediable por unos acontecimientos de los que no fueron culpables en ningún caso, sino al contrario, sólo fueron las víctimas inocentes de la inconsciencia, la irresponsabilidad y el desatino de otros.

Muchas gracias.


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