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Tranquila, eso no le pasará

Actualizado: 13 dic 2019


Relato para el Club de los retos de Dácil: Era un obseso del naturismo. Eso terminó matándolo.

La madre lloraba desconsolada. Sus hermanos intentaban consolarla en un vano intento. Ella seguía gritando con desespero, todavía incrédula de que lo que estaba viviendo pudiera ser verdad.

La iglesia estaba abarrotada, nadie había querido dejar de dar su último adiós al pobre chiquillo que se encontraba de cuerpo presente.

La infancia y la juventud son dos poderes que hacen que el mundo se congregue a su alrededor cuándo los tocados por ella deciden marcharse de este mundo antes de hora; por eso en el templo no cabía ni un alma más.

El padre permanecía solo en otro banco, en el lado contrario al de su esposa. Él también lloraba, pero nadie recogía sus lágrimas. Su figura enlutada, erguida y temblorosa sin nadie a su lado, era casi tan desoladora cómo la de la imagen del pequeño féretro blanco que ocupaba la cabecera del pasillo central. Representaba la viva imagen de la desgracia concentrada en una persona.

—¿Qué es lo que ha pasado? ¿Cómo ha ocurrido esta tragedia? —le preguntó una de las vecinas a su compañera de banco. Acababa de llegar al pueblo, se había enterado del óbito y acudió rápidamente al funeral sin conocer todos los detalles del suceso.

—Él era un obseso del naturalismo —le explicó su amiga en un tono acusador señalando al hombre que seguía llorando en silencio—. Se negó a ponerle la vacuna del sarampión a su hijo, decía que no servía para nada y el pequeño tuvo la mala suerte de cogerlo.

—Y claro, eso terminó matándolo —acabó la frase la otra mujer, mirando con pena hacia la caja en dónde descansaba el niño muerto mientras dirigía una mirada de tremendo desprecio hacia el padre, que también estaba muerto, solo que en vida.


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