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El fantasma Rodríguez


Micro relato realizado en el taller de relatos de la escritora Mayte Martín el día 8/02/2018 en el Palacete Rodríguez Quegles

—¿Qué pasa aquí? ¿Por qué hay tanto ruido? Cada día esto es peor. Uno sí y otro también, se meten en mi casa cientos de desconocidos. ¿A quién le piden permiso? ¿No saben que yo vivo aquí? Pero esta vez se van a enterar. No voy a dejar que esta situación se prolongue ni un minuto más.

El fantasma salió del torreón del Palacete Rodriguez Quegles y sin armar mucho ruido, a pesar de que esa era una de las cosas que más le gustaba hacer cuando tenía visitas no invitadas, descendió hasta la planta baja y llegó hasta la puerta de la sala que estaba más cercana a la entrada. Desde ahí podía observar lo que sucedía dentro de ella.

—Mira tú los que han venido hoy…Que cara de modositos tienen… Bueno, al menos estos no parecen tener intenciones de pasearse por mis dominios…Están muy tranquilos. Todos sentados. No son muchos, catorce o quince. Hay una rubia en el estrado, sentada en una silla detrás de una mesa. Los otros parece que la escuchan atentamente mientras toman notas. ¡Ah! Ya se ha callado, y no me he enterado de lo que decía…. ¿Qué hacen ahora?

El dueño del lugar decidió entrar en la habitación para ver mejor. En ese momento, un hombre joven de unos treinta y cinco años que acababa de llegar, cruzo el umbral detrás de él. Saludó a los asistentes y entonces, la mujer que parecía dominar la escena, se acercó a hombre y le dijo:

«Buenas tardes, José. Acabamos de comenzar. Vamos a escribir cada uno un micro relato. Hay cuatro temas para elegir: describir el color azul, una noche de carnaval, la fotografía de tu expareja y el fantasma del palacio. Mira, ahí tienes los folios y los bolígrafos. Siéntate y comienza»

Antes de que el recién llegado pudiera hacer nada, los asistentes vieron asombrados como una de las hojas, acompañada por un bolígrafo de color rojo, se elevaban de la mesa en la estaban depositados, y flotando se dirigían hacia una de las sillas que se encontraba vacía y se quedaban ahí, en el aire.

En un primer momento, los aprendices de escritores se quedaron asombrados, sin saber qué hacer. Tal vez imaginaban que era algún truco que la profesora del curso de escritura había ideado para llamar su atención. Pero cuando vieron que el papel comenzaba a llenarse de grandes letras de color rojo, aterrados se levantaron y empezaron a correr gritando mientras intentaban salir del salón.

Todos menos la profesora rubia, que armándose de valor, esperó pacientemente a que su nuevo alumno terminara su relato.


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