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Nada cambia tanto


Nuevo reto: libro de arte africano, rosa de punto, cuadro de bordo la abuela.


-¡Mama!, no te puedes imaginar qué casa tan bonita acabo de ver!

-¿Si? ¿Cómo es?

- Preciosa, casi sin muebles. Toda muy amplia, tirando a vacía. Casi sin cuadros. Solo hay algún óleo pintado por los amigos de Pepa, que cuelgan de unos carriles para no tener que hacer agujeros en las paredes.

-¿Pepa? ¿Tu amiga pintora?

- Si, ella. De verdad que te encantaría. Sus muebles son super modernos, muy lisos. Sin barnices ni nada de esas marqueterías que tanto te gustan a ti. Todas las mesas son de cristal y sin nada encima. Solo había un libro de arte africano encima de una de ellas.

-¡Qué bonito! Seguro que tendría unas imágenes preciosas...

- La verdad es que no lo abrí. Pero quedaba guay allí. Yo quiero amueblar mi casa así, me encantaría que me quedara algo así de chulo.

-Pues si eso es lo que quieres, compraremos los muebles de ese tipo. A mi gusta lo que te guste a ti, cariño. Nos llevaremos lo que te apetezca".

Siempre que cojo el taladro para hacer un nuevo agujero en mi pared, antes de colocar la consabida alcayata para colgar otro cuadro, recuerdo la conversación que les acabo de contar.

La tuve hace casi treinta años.

Unos días antes de salir de compras con mi madre. Yo solo era una jovencita que creía saberlo todo, ilusionada por amueblar su primera casa y que por supuesto, no estaba dispuesta a hacerlo igual que la de sus padres. Quería que fuera totalmente distinta a la suya. Que no tuviera nada que ver con sus gustos horteras y pasados de moda. Demostrar mi propia personalidad que por supuesto, no se parecía a la de mi progenitora. Ella, que me conocía mejor que nadie, no se espantaba cuando me oía decir esas cosas, ni se ofendía por el tonito de superioridad que había en mis palabras. No le preocupaba lo más mínimo, sabía que era mi poca edad la que hablaba por mí.

Con esas premisas nos fuimos las dos a la tienda de muebles. Ella,dispuesta a apoyarme en todo. Yo, convencida de que mi futura casa, en nada se parecería a la suya. Pero algo que desconozco debió suceder aquel día, porque los muebles que compramos en nada se parecían a los de Pepa. No se que ocurrió, puede que mi acompañante me embrujara, ¡quien sabe!, la creo muy capaz… O igual es que mi gusto no se diferenciaba tanto del de quien me había educado. O tal vez no eran tan horribles los muebles y los cuadros entre los que me crié. El caso es que hoy, me veo colgando uno de los cuadros que mi abuela bordó, y encima de mi mesa, en lugar de un libro de arte africano hay un jarrón con una rosa de punto. Quizás, después de todo no soy tan distinta a ella. ¿La verdad? Me encantaría parecerme aún más. Ojalá mi hija, se vea un día colgando un cuadro de su abuela en la pared o adornando su casa con una flor de punto.

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